Las analogías son puentes. Nos permiten comprender lo desconocido a través de lo que ya conocemos.
Para nosotros, se transforman en una forma de pensar, un método que une sensibilidad y estrategia para convertir lo complejo en lenguaje humano.

Cuando diseñamos un sistema de orientación, un espacio o una identidad, buscamos encontrar su equivalente natural.

Un flujo puede comportarse como un río.
Una red de circulaciones puede seguir la lógica de un ecosistema.
Una clínica puede reflejar la evolución del ser humano a través de los reinos de la naturaleza.

Cada proyecto crece desde una analogía que le da estructura y sentido.
Pensar en correspondencias es abrir una red de vínculos entre emoción, forma y función.
La analogía da coherencia al sistema y libertad al pensamiento; invita a que las ideas respiren y se conecten.

Así, el diseño se vuelve una narrativa viva que se percibe en los materiales, en la luz, en la orientación del espacio.

Cuando el pensamiento se vuelve experiencia, el usuario no solo entiende dónde está, sino que siente que está en el lugar correcto.

¿Y si diseñar fuera, en esencia, una forma de revelar lo que está por descubrirse?

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